07 septiembre 2005
La orfandad de caricias
"Cuando yo era bebé, mi madre no me meció ni me acarició ni me mimó lo suficiente; simplemente no fue suficientemente tierna; es todo, y eso explica el resto, y el conjunto de mi personalidad, mis zonas más dolorosas en todo caso...Todavía hoy, cuando una mujer rechaza tocarme, acariciarme, experimento un sufrimiento atroz, intolerable; es un desgarramiento, un derrumbamiento, es algo tan espantoso que siempre he preferido (en lugar de correr el riesgo) renunciar a toda tentativa de seducción. El dolor en esos momentos es tan violento que ni siquiera puedo describirlo correctamente, es algo que supera todos los dolores morales, y la casi totalidad de los dolores físicos que he conocido en otras partes; en esos momentos tengo la impresión de morir, de ser realmente nada. El fenómeno es simple, nada me parece más simple de explicar e interpretar; creo también que es un mal incurable. Lo he intentado. El psicoanálisis se ha declarado desde entonces impotente para luchar contra las patologías tan bien ancladas; pero un tiempo puse alguna esperanza en el renacimiento, el grito primigenio...no dió resultado. Lo sé ahora: hasta mi muerte seré un niñito abandonado, que llora de miedo y de frío, hambriento de caricias."